RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

miércoles, 4 de junio de 2014

LA CRÓNICA DE LA QTC YESTE-RIÓPAR

La larga noche y el viaje a Yeste

No hubo forma de conciliar de forma continuada el sueño. Tan sólo pude dormir a ratos y ello se debió a que estaba bastante nervioso, no en vano era mi primera carrera seria de montaña y la segunda distancia más larga hecha, casi 50 kilómetros (la más larga había sido en la Madrid-Segovia con 67 kilómetros y tras esto un entreno de unos 45 kilómetros). A eso tenemos que sumarle que íbamos a tener que subir un muro vertical de 2500 metros, lo que hacía aún más complicado el reto. Todos estos eran motivos suficientes para "no pegar ojo".

Pero el reloj avanzó, como no podía ser de otra forma, y el despertador sonó a las 5:50. Me desperté sin mucho sueño y seguí el manual marcado: desayuno, ducha y preparación de ropa. Pepe, mi suegro, también tuvo que madrugar porque me iba a llevar a Yeste. Algo me decía que en esta prueba iba a terminar cometiendo errores logísticos en un tipo de carreras que no controlo: no llevaba mochila de hidratación y sí riñonera con apartado para llevar botella. Dentro de los bolsillos un montón de cosas: 4 barritas energéticas, una bolsa con Isostar en polvo, gominolas, el móvil, el DNI, manta térmica, gafas, braga, silbato, ibuprofeno, pastilla de magnesio y de potasio y una camiseta interior. Hacía fresco fuera, no más de 8 grados, y había que decidir si saldría en manga corta, pero en ese momento no tenía porque pensarlo. A las 06:30 recogimos en la gasolinera donde habíamos quedado a Julián y nos fuimos tranquilamente a Yeste. Un viaje sin incidencias donde tuvimos claro que con casi toda seguridad no nos iba a llover a juzgar por el tipo de nubes que pintaban en el cielo. Ya en la salida había animación y nervios por partes iguales. Allí me encontré con el bueno de Paco Rivas, quien me miró raro al comprobar cuan minimalista iba (pantalón corto de atletismo, camiseta de manga corta, la mencionada riñonera y poco más. También saludé a Emilio y a Francisco y nos echamos varios fotos de las cuales no dispongo porque no fueron realizadas con mi cámara.

Sonó la música para motivarnos, aunque creo que no necesitábamos mucho para estar excitados; y sin más dilación salimos.











Los primeros kilómetros

Pronto comenzaron las cuestas por sendas estrechas y no fue hasta el kilómetro tres y medio aproximadamente cuando comenzamos a llanear. No había salido muy delante pero me dediqué a pasar a gente que corría o caminaba en las subidas. No hubo que esperar mucho para comenzar a gozar del paisaje y las piernas iban bien, la riñonera no me molestaba tanto como cabía pensar, así que me fui instalando en un ritmo que de media se movía en torno a 06:30, contando con la dificultad de las fuertes cuestas. Pero a partir del kilómetro cuatro comenzó la bajada hasta alcanzar el valle del río Tus; bastante técnica resultó con recovecos, terreno irregular, giros, y siempre a buen ritmo entre la maleza, en fila india. La media bajó por debajo de los 6´el kilómetro y yo no me dejaba adelantar por nadie. Cuando podía me tomaba alguna gominola y así iba instalado cómodamente a sabiendas de que lo duro estaba por comenzar.

La ascensión a Moropeche

Pasamos por un pueblo llamado Boche y el terreno comenzó a picar; había que ascender 800 metros prácticamente sin descanso en unos nueve kilómetros. Fue entonces cuando verdaderamente comencé a disfrutar, casi nunca andando, tratando de correr siempre y cazando a más y más corredores. Cayó el kilómetro 10 y la media era buena, y para colmo nos adentramos por bosques muy bonitos llenos de praderas y riachuelos. En el 12 me bebí un mejunge que en teoría me daría 5 horas de energía (dudo mucho que fuese para tanto), pero al menos el efecto placebo hizo su función y en el 13 ya iba haciendo la goma con un par de portugueses con los que intercambié algunas palabras (luego supe que estaban instalados en todo lo alto de la clasificación del desafío). Les comenté que no estaba acostumbrado a la montaña y uno de ellos me dijo que me lo tomara con calma, pero eso es difícil como sabe bien quién me conoce, así que tiré hasta perderlos y seguí alcanzando corredores. Los últimos 2 kilómetros de ascensión eran los más duros, pero yo me encontraba tan bien que casi ni me enteré, y así coronamos el Moropeche.

La bajada, el avituallamiento y el subidón

La bajada era técnica, vertiginosa y para mi dolorosa. Los dedos de los pies golpeaban la puntera de la zapatilla y cada aterrizaje era una punzada de dolor por lo que este inconveniente se unió a mi falta de técnica bajando, por lo que pronto comprobé como me fueron pasando algunos runners, al menos 5. Y así llegamos al avituallamiento del kilómetro 20, con un tiempo de 02:06:39, ¡ahí es nada!, no me lo podía creer, había bajado la media hasta los 6´10´´. En el avituallamiento alguién le dijo al portugués que iba el segundo, sé que corría en el desafío, pero luego supe que competían por parejas y que ganaron. No paré mucho, bebí un poco de isotónica, me rellenaron la botella, comí un cacho de chocolate y un cacho de plátano y para adelante.. Tenía un subidón de tres pares de narices.

La subida al Pico de Árgel



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Si buena fue la subida a Moropeche la siguiente no fue peor. Ante nosotros otros 500 metros de ascención en 7,5 kilómetros. Las piernas iban, no me pesaban y no tenía miedo a subir lo que fuera. Así que a mi ritmo fui cazando gente y más gente, subiendo por terreno agreste y bonito, en la zona del Calar. La pendiente era por momentos grande y por momentos te daba alguna tregua que ayudaba a recuperarte, y casi siempre corriendo. Por entonces ya me había tropezado en dos ocasiones pero lo peor estaba por ocurrir, así que se puede decir que estaba aprendiendo a capear tanta zona técnica.




Llaneamos un poco por una zona que me recordaba a la Pampa Argentina, con toros incluidos, y llegamos a la ascensión del Pico de Árgel, con bastante pendiente pero que no se me hizo dura. Iba disfrutando como pocas veces en mi vida.

La bajada y se va todo al traste

Hay quien sostiene que los trails técnicos se pierden bajando, y yo no perdí porque no iba ganando, pero sí que comencé a experimentar que siente uno cuando se te pasan verdaderas "cabras montesas" dando saltos a "todo pasto" y que te adelantan por la izquierda y por la derecha sin miramientos. En poco más de un kilómetro y medio de bajada pedregosa me dejaron atrás y desaparecieron de mi vista unos 8 corredores. Tuve que esperar a la una zona menos complicada y con menos pendiente para volver a coger ritmo, pero ya era tarde, me había quedado solo. No habían terminado aún mis achaques, aún quedaba mucho por remar y por sufrir. El paisaje se llenó de árboles en unos parajes preciosos pero donde la pendiente volvía a ser negativa y se hacía de nuevo complicada la bajada. Volví a perder ritmo debido al tremendo dolor que me causaba el impaco de mis pies sobre la punta de mis zapatillas, lo que me hacía ir reteniendo. En esta guisa me volvieron a pasar otros cuantos corredores, como 4 o 5.  Con la piernas ensangrentada fruto de un enganche con una planta, raro era el que me adelantaba y no me preguntaba si todo estaba OK. Pero el único problema eran mis pies. Me desaté la riñonera y saqué un ibuprofeno con el objeto de aliviar el mal rato, y cierto que a los pocos minutos la cosa mejoró.

Los chorros, mis problemas digestivos y pequeños calambres.

Alcancé la pradera del aparcamiento de la zona de los chorros y allí fue difícil no correr rápido porque había un montón de gente animando. Subimos hasta el mirador número 2 pasando al lado del chorro principal y subiendo las escaleras sufrí un calambre o tirón (o una mezcla de los dos) en la parte interna del muslo izquierdo, en una zona que nunca me suele dar problemas. La incidencia no fue a más porque ya bajando por el camino la pierna me dejó de molestar. Temí tener problemas de deshidratación porque ya tocaba beber pero llevaba el estómago cerrado, como suele ser habitual ultimamente y no me apetecía tomar nada, así que apreté los dientes y continué. Llevábamos unos 37 kilómetros de dura carrera y en el fondo era optimista, pero me sentía mal porque estaba comprobando como había ido claramente de más a menos. Para colmo un tal Pablo (al menos ese era el nombre que coreaba la gente), me pasaba y me invitaba a seguirle pero mis piernas bastante tenían con mantener el ritmo, que tampoco era malo del todo. Llegamos a una zona de asfalto siempre en pendiente que se me hizo bastante desagradable, a un ritmo cercano a 6, en algunas ocasiones por debajo de 6, y Pablo a la vista pero inalcanzable; luego supe que hizo 5 horas y 49 minutos y que competía en el desafío, la QTRC. Entramos en una zona boscosa con alguna que otra cuesta, y estábamos ya cerca del avituallamiento. Allí me animé un poco porque pude cazar a dos corredores que iban bastante peor que yo, y en nada alcanzamos la explanada donde estaba el punto de control y donde había un montón de alimentos sólidos y líquidos. Lo primero que dijeron al verme es si necesitaba asistencia por lo de la pierna, pero les dije que no. No me apetecía coger nada de comer, ni tenía sed, más al contrario, un dolor de estómago que empezaba a ser agudo. Cogí unos pocos frutos secos y sin más dilación me fui. En este parón comprobé como se me iban otros tres puestos por corredores que llegaron tras de mi y que apenas pararon. No quería ni mirar allá a lo alto, a las antenas dispuestas a más de 1.500 metros de altura.

La subida al Padroncillo, el sufrimiento y los accidentes

Quedará para siempre en mi memoria, porque para mi rozó lo trágico. Otros 450 metros, y ¡en tan sólo 3 kilómetros!. Nada habría sido igual sin este último esfuerzo que sólo con recordarlo me duele. Lo primero que me encontré al comenzar a correr fue una tremenda cuesta expuesta al sol, y dí gracias por estar resultando un día relativamente fresco, porque sólo hubiera bastado 30 grados de temperatura para poner un escenario totalmente negro. Tras muchos minutos corriendo por inercia y con las piernas hipercargadas, nos sacaron de la pista y nos desviaron a la derecha campo a través por entre los árboles. Allí la pendiente podría ser tranquilamente del 30% y las piernas me dijeron basta; imposible casi andar, paso tras paso, una odisea. De esta forma, un corredor con el que había ido haciendo la goma se quedó medio tirado unos metros más adelante, y otros dos que iban haciendo pareja me adelantaron aunque también iban sufriendo de lo lindo. Tuve suerte de que me alcanzara Tino, que así se llamaba, un runner de Denia que me animó a seguirle y me dijo que la pista estaba tan sólo unos metros más arriba. Las piernas estaban a punto de explotarme cuando alcanzamos una pista ancha y lisa que zigzageaba hacia la cima y allí comenzamos Tino y yo a correr, aunque me costaba seguirle el ritmo. Tras aproximadamente un kilómetro de cuesta salimos nuevamente a una senda, por llamarla de alguna forma, para acometer los últimos 500 metros hasta la cima, donde estaba el control. Entre piedras puntiagudas fuimos avanzando, casi siempre andando hasta que finalmente hicimos cima. Me encontraba algo más recuperado pero aún quedaba la bajada, que ya me habían avisado de lo dura que iba a ser.

Tino se me fue yendo, porque las piernas me fallaban constantemente y de esta forma resbalé entre dos rocas y al poner la mano me rajé la palma. Apenas sentí dolor, porque casi era incapaz de sentir, tan sólo quería terminar. Mire hacia atrás y ví como bajaban una tropa de 8 o díez corredores y no me cabía la menor duda de que uno a uno me iban a ir pasando, porque no había forma de avanzar lo rápido que quería, y eso ocurrió, me fueron pasando, entre carteles y carteles de "peligro". En esto que me alcanzaron otra pareja, y uno de ellos iba regular, por lo que podía aguantarles el ritmo; Riópar ya se veía al fondo y era cuestión de aguantar y buscar el llano, pero aún tuve la oportunidad de volverme a caer y golpearme fuertemente la rodilla, y hacerme otra brecha, que de nuevo apenas me dolió. Uno de los chavales me preguntó y le dije que todo estaba bien, así que me incorporé y traté de que no se me fueran. 

La senda se ensancha, el corazón se alegra pero las piernas pesan

El terreno se fue haciendo poco a poco más cómodo y yo comencé a coger ritmo. De esta forma acabamos en una pista a unos 5 kilómetros de Riópar y había conseguido que la pareja no se me fuera. Aunque comenzamos a ir un poco por encima de 5´el kilómetros (algo impensable media hora antes), había corredores que aparecían por detrás a ritmos más altos y que pronto desaparecían de nuestra vista. El estómago me decía que me parara, las piernas estaban ya demasiado cargadas, pero he de decir que podía correr, todavía tenía fuelle, así que puse una marcha más y dejé atrás a la pareja, y me fui acercando a Riópar poco a poco, hasta que justo en las inmediaciones del pueblo me pasó Arnulfo Qumare Quimare, uno de los corredores mejicanos de los Tarahumara, ataviado con un pantalón casero atado con tela, un palo y sandalias artesanales, así como una sonrisa de oreja a oreja. Me invitó a seguirle pero era imposible, así que me conforme con comprobar como su estela se iba a haciendo cada vez más pequeña ante mis ojos, y como al menos yo seguía corriendo sin parar. Afortunadamente ya no hubo más corredores que me adelantasen y tan sólo me quedó el tremendo agobio de ver como rodeábamos fincas valladas paralelas al rio sin alcanzar el núcleo urbano. Tanto me costó que fue entonces cuando paré unos segundos, pero en seguida volví a echar a correr. Entramos por fin al pueblo y delante mía iban tres corredores, que me habían adelantado antes y que como yo iban muy justitos, tanto que echaron a andar, y me contagié e hice lo propio, pero en menos de 10 segundos todos habíamos reanudado la carrera y tras dos giros enfilaba la meta con una alegría muy grande por terminar en unos magnificos 06:11, que así dichos no dicen mucho, pero que tienen su valor si tenemos en cuenta que me quedé el 27 de la QTC y si sumamos a los del desafío, auténticos fieras, me quedé en torno al 50 clasificado de 400 corredores, no me ganó ninguna mujer.




















Como anédota decir que los corredores por parejas no competían en la individual por lo que me quedé 11 de mi categoría (y es que sólo había dos categorías Senior de 18 a 44 y Máster de 45 en adelante. Se hubiese tenido 45 (aún quedan 13 meses para ello), me habría quedado 3º, para muestra un botón:





Un poco acorde con mi llegada un tanto gris, acompaño estas dos fotos...





La llegada, vomitona y cura

 Al llegar me sentía bastante mal debido a las naúseas digestivas. No me encontraba mareado ni las piernas estaban muy mal, simplemente necesitaba vomitar. Me llevaron al puesto de la Cruz Roja para curarme las heridas y allí, tras introducirme los dedos en la boca pude por fin aliviarme. Pronto me sentí bien, y comprobé que más allá de las heridas no iba a tener ninguna lesión. Cuando me enfrié las piernas se me agarrotaron un poco pero no llegué a sufrir episodio de calambres, y así terminó mi aventura.


Por último comentar que me tocó competir con gente tremendamente preparada para la montaña y que hubo bastante nivel, por lo que al final puedo estar bastante satisfecho


8 comentarios :

  1. La verdad es que es increible, objetivo conseguido y como todos los grandes logros no a estado exento de sufrimiento, creo que ha sido segun cuentas una carrera para no olvidar, al límite y así se saborean más los triunfos. Enhorabuena campeón!!!
    Ahora a recuperarse y a descansar, un abrazo.

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    1. Gracias Kino, fue para recordar. Ayer ya salí con Merche a over las piernas y hoy haré lo,propio. ¿Cómo sigue tu pie?

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  2. ¡ENHORABUENA Javier!, ¡carrerón!, hacer el 27 de la general con un tiempo de 6:11:20, es para quitarse el sombrero, evitar no salir lastimado ya es un éxito, aunque lo de tu estomago necesita alguna revisión, el resto del asunto se solucionan con una QRTS. Un fuerte abrazo Javier y a terminar de recuperarse para tu próximo gran desafió.

    Saludos, Emilio Díaz.

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    1. Gracias Emilio, lo tuyo también estuvo muy bien porque se te ve genial en las fotos y tú sí que la disfrutaste. Luego de cuento lo que creo que me viene pasando en las maratones y en las de larga distancia (quizá no sea casualidad lo de los calambres)

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  3. Por cierto, el lunes te envié dos fotografías, revisa tu correo.

    Saludos, Emilio Díaz.

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    1. No me han llegado Emilio, por favor, vuélvelas a enviar

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  4. ¡Sensacional!,¡que pundonor tienes para hacer la carrera con esas molestias!.Felicidades por ese puesto reservado para campeones.Un abrazo

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    1. Gracias Juan Carlos. En realidad la disfruté y la sufrí a partes iguales y me sentó bien. El puesto está bien pero era más importante reencontrarse con uno mismo en una aventura tan bonita

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