RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

viernes, 24 de junio de 2016

JUEVES 23: A QUIÉN MADRUGA DIOS LE AYUDA, ¿SEGURO?

Me desvelé a las 4 de la mañana, cuando llevaba poco más de 4 horas y media durmiendo y ya no hubo forma de hacer que el sueño regresara. Por tanto a las 5 me levanté y subí al despacho consciente de que el jueves, día de por sí muy duro, lo iba a ser aún más en esta ocasión. Estuve un rato trabajando y a las 7 bajé, me cambié y me fui a correr a una hora en la que ya he perdido la costumbre. El fresquito de la mañana de verano se agradece en las piernas, y quizá por eso fue un entreno bastante agradable en el que poco a poco fui imprimiendo ritmo, yendo bien en algunas fases. Cuajé unos 10,7 kilómetros, con alguna molestia muscular en la parte final, pero una sesión bastante positiva. Además había conseguido quitarme de encima la obligación de correr al mediodía. El problema es que para repetir estas experiencias tengo que dormir poco y eso no sé si es posible, ya que el resto del jueves me fue pesando como una losa, hasta el punto que hoy viernes me he levantado como si una una de caballos salvajes en desbandada me hubieran estado pisoteando.

Se me olvidaba comentar que me he hecho con un par de Mizuno Wave Rider con la esperanza de que con ellas comience una nueva etapa, ya que no me acabo de enamorar de las Saucony Kinvara, quizá por las molestias musculares que tengo, las cuales probablemente no sean causadas por el calzado sino por otras razones, pero esto es como el fútbol que cuando un equipo va mal al primero que se echa es al entrenador, en este caso echo a las zapatillas y rezo para que lo nuevo que venga traiga consigo cambios.



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