RELATOS

Una vez iniciado el movimiento supe que no habría marcha atrás, sería difícil regresar a aquello que fui. Hoy soy otro ser: curtido, compañero del esfuerzo, amante de mis kilómetros. Sólo el fin de mis días debería obligarme a parar: ese es mi pequeño sueño.

jueves, 29 de diciembre de 2016

2016 EL AÑO QUE VIVÍ BAJO OTRA LUNA







Se escurre esa arena entre los dedos, pero yo no quiero retenerla, deseo que caiga que se despegue de mi piel. 2016 fue el año de la octava uva y no más, del atrangantamiento como presagio de las sombras, y lo que estaba por venir irremediablemente llegó; se va para siempre el año del llanto en la noche, allá agachado, las manos sobre las rodillas, la cintura partida en dos, y la lágrima que acompaña el correr por inercia, por echar un pulso al dolor; deseo borrar parte de esos 12 meses en los dejé de tener fe por completo en aquello para lo que creí que había nacido: enseñar a otros, y lo aprendí en el aula y con una bofetada dolorosa y prolongada que me quitó las ganas de vaciarme por los demás; me dicen adiós el estrés, el no llegar, el vivir bajo una luna que no es la mía, se despide eso de sentirme ajeno, bye bye a correr a 35 grados con un mal sandwich en el estómago, a ese bucle que lleva a volver a empezar, terminar y volver a empezar; se despide el sabor agrio de la decadencia, y para ser justos también marchan con nostalgia el calor de esas mañanas de domingo en agosto, la mochila, el Jabalón, las barritas y un ejército de kilómetros recorridos con Mercedes; suena a despedida, la del último año con el Pozo Norte, adiós a nuestro club y dejará poso como feliz recuerdo de tiempos mejores, dejamos atrás un puñado de compañeros y amigos; me amarga el regusto a decepción, la estela de la impotencia, el eco del fracaso, el olor a naftalina, pero habrá que dejar un hueco para rememorar como fue aquel noviembre en el que ella supo conquistar su sueño, lo hizo sin mi porque yo fiel al caos instalado no hallé la fórmula para compartirlo; este 2016 es también la de los últimos kilómetros de mi padre, que con paso lento pero con decisión sigue disputando su particular maratón. No, no echaré este año de menos, lo habré vivido y quedarán grabaciones en mi recuerdo; ahora toca continuar con esta novela, pasar página y continuar leyendo, pero aquel capítulo quedó ya bien comprendido. Y aquí me hallo finiquitando este tránsito, con la esperanza en forma de botón que al pulsarlo pueda cambiar el orden caótico de las cosas. La vida nos debe siempre alguna otra oportunidad, nos la merecemos, y así como recé y un ser divino o inventado me concedió el regalo de volver a correr sin sufrimiento, quiero pensar que en el libro mayor de 2017 habrá que poner en mi haber más cosas buenas que malas se hayan puesto en el debe, aunque me conformo con no atrangantarme en Nochevieja con las uvas mágicas de nuestro destino, comérmelas todas y mantener a buen nivel la esperanza, que no caigan sus niveles; ¡por favor!, no más sandwiches estresados, ni vías con suero en la ambulancia de la decepción, que no haya más ira ni más rabia, que las cosas no las haga el robot de la razón sin poner nada de su parte mi corazón, ojalá consiga vivir plenamente al menos un minuto de cada hora de este tiempo que está por venir, y a ver si 2017 trae orejas y escucha, o al menos tiene vista y sabe leer, lee todo esto y pone de su parte para que pueda enmendar la plana y consiga volver a sonreir, que ya no me acuerdo de como se hace, la última vez creo que fue en 2015.

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